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EDITORIAL: Hay cosas que no se pueden sustituir …


FORT MYERS, Fla. (BP) — Una de las cosas que me agradan mucho, cuando visito a mi hija en Valencia, en España, es el olor del pan recién horneado que emana de una panadería que está justo cruzando la calle donde ella vive. Para muchos de ustedes, tal vez esto no tenga algún sentido, el asunto es que yo soy un amante del pan. Hasta el punto de tenerlo en el lugar más alto en la escala de los alimentos que me fascinan.

Dicho esto, podrán entender mejor la experiencia que tuve hace algún tiempo. Mi mejor amigo y mentor, compró una máquina para hacer pan en la casa. Y un día me comentó los deliciosos panes que estaba horneando. Se podrán imaginar mi reacción. Tan entusiasmado estaba que mi esposa y mi hija que nos estaba visitando, decidieron ir a comprarme una maquina igual a la de mi amigo.
No podrán imaginar mi alegría al recibir el regalo. Llamé de inmediato a mi amigo y le comenté sobre mi nueva adquisición y le pedí algunos consejos de cómo hacer el pan pues él y su esposa son muy buenos cocineros, en toda la extensión de la palabra. Al siguiente día, con casi toda mi familia presente, me di a la tarea de fabricar mi primer pan casero. Pero toda mi emoción se convirtió en frustración cuando la máquina terminó de hornear la masa. El producto final parecía un ladrillo de barro. Estaba tan duro y su sabor era tan malo, que ni yo pude comerlo.
Llamé a mi amigo y le conté lo sucedido, a lo que me respondió, con su sabiduría habitual: “¿Usaste todos los ingredientes que indica la receta en el orden y las cantidades indicadas?” Tengo que reconocer que no lo había hecho de esa manera. Yo me había tomado la libertad de sustituir algunas cosas. Una vez más quedó demostrado que hay cosas que no se pueden sustituir para que las cosas salgan como se espera. En una receta, por ejemplo, no se pueden sustituir ni eliminar los ingredientes, para obtener el resultado esperado.
Esto que parece ser una cosa muy elemental que todo el mundo conoce, también se aplica a la sociedad. A lo largo de la historia, en muchas partes del mundo, la gente ha creado sistemas religiosos que no son más que intentos que les sirvan para sustituir o eliminar a Jesús, para no tener que someterse por completo a Él, recibiéndolo como Señor y Salvador. Muchos sustituyen el fundamento de nuestra fe por algo diferente, buscando que eso les ayude a sentirse bien y libres de la carga de sus pecados.
Cuando Jesús estaba en la tierra, los líderes judíos habían creado reglas que establecían lo que estaba permitido y lo que estaba prohibido. Muchas de esas reglas eran malas interpretaciones de la Ley de Dios que no reflejaban la verdadera intención de esta. Con esas reglas hechas por hombres, los líderes religiosos judíos podían condenar, ignorar y rechazar a cualquiera que ellos quisieran.
Así podemos entender mejor cómo, cuando un sábado, Jesús sanó al hombre que había estado enfermo por mucho tiempo, los líderes religiosos judíos dijeron que Él no podía hacer esas cosas en el nombre de Dios.
Jesús retó a los líderes religiosos judíos (Juan 5:39) y también reta a todos los hombres y sociedades del mundo contemporáneo, incluyéndonos a ti y a mí. El asunto es simple: ¿Sabemos realmente lo que la Palabra de Dios dice acerca de Él? ¡No hay sustitutos posibles! No se puede alterar la receta. No se puede “casi ser cristiano.” Se es o no se es. Si Jesús no está presente, ocupando el lugar que le corresponde, todo es falso.
Si un sistema religioso no lo tiene a Él como el centro de todo, es falso, a pesar del nombre que use y la liturgia que muestre. ¡Simplemente, se trata de Jesús y solo de Jesús!
Vivimos en tiempos en los que tenemos que dejar de hacer las cosas a nuestra manera para hacerlas a la manera de Cristo, reconociendo su Señorío y autoridad, teniendo siempre presente en nuestras vidas que todo es acerca de Él y no de nosotros.
Esa es la única manera posible de afianzar nuestros pies sobre la Roca, para poder afrontar cualquier tormenta que pueda venir y cualquier tiempo incierto que pueda surgir. Es en Jesucristo y solo en Él, sin sustitutos ni intermediarios, que descansa nuestra fe.

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  • Óscar J. Fernández