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EDITORIAL: Casi al final de la oración …


FORT MYERS, Fla. (BP) — Casi al final de la oración modelo Jesús dijo: “Y no nos metas en tentación mas líbranos del mal” (Mateo 6: 13a). En realidad, esta es la penúltima frase y es en sí, una petición para que Dios nos proteja de Satanás. ¿Es necesario que los seguidores de Jesús hagamos este tipo de petición? ¿Es posible que Dios vaya a permitir que nos dejemos llevar por la tentación?

Santiago 1:13 dice: “Cuando alguno se sienta tentado a hacer el mal, no piense que es Dios quien le tienta, porque Dios no siente la tentación de hacer el mal ni tienta a nadie para que lo haga”. Observa esto, el que habla es el medio hermano de Jesús y nos lo está diciendo por inspiración del Espíritu Santo. Pero si Dios no nos tienta, ¿Por qué entonces vamos a orar pidiéndole: “No nos metas en tentación”?

Déjame decirte que estas palabras han confundido hasta a los teólogos más profundos y a los más famosos intérpretes de la Biblia. Pero me parece que la profundidad de este asunto tal vez no es tan difícil de comprender cuando nos acercamos a Dios considerándolo como nuestro Padre. Entonces esto cobra sentido y adquiere simplicidad, si consideramos que, para este momento, en la oración modelo ya le hemos pedido a nuestro Padre el alimento para hoy, le hemos pedido que nos perdone el ayer y le pedimos protección para el mañana.

Recuerdo el primer invierno que pasé en los Estados Unidos. Estaba viviendo con la familia de norteamericanos que “me había adoptado”. En aquella ocasión, había estado nevando toda la noche y cuando me disponía a salir para mi trabajo, todos en casa me advirtieron: “ten cuidado en la escalera, pues hay hielo sobre la nieve”. Vivíamos en “una casa móvil” (Mobile home). Sin embargo, estaba tan fascinado con el espectáculo que ofrecía la nieve, que antes de que me pudiera dar cuenta, estaba en el suelo. El sonido de mi caída alertó a los que estaban en el interior de la casa que salieron a prestarme ayuda, para que me pudiera levantar. No se me ocurrió algo mejor que disculparme por mi torpeza y por no haber escuchado las advertencias que me habían hecho. Pero, interiormente comencé a sentir temor y deseaba decirles: “por favor no me suelten”. “No dejen que me vuelva a caer”.

Nuestro amoroso Padre celestial siempre está deseoso de ayudarnos. Dice el salmo 37:23-24: “El Señor dirige los pasos del hombre y le pone en el camino que a Él le agrada; aun cuando caiga, no quedará caído, porque el Señor le tiene de la mano”. Considero que detrás de esta petición que Jesús nos enseña a hacer, se encierra esa idea. Ese fue el mismo sentimiento que sentí, cuando me encontraba en el suelo con mi cuerpo adolorido y mi orgullo destrozado y no podía levantarme por mí mismo, pues resbalaba y volvía a caer. Los resbalones que hemos dado en la vida también nos han enseñado que el camino es resbaloso y por eso quisiéramos aferrarnos a la mano de alguien para que nos ayudara a levantarnos.

Para mí, en aquella mañana del mes de noviembre, la blancura de la nieve que lo cubría todo y el azul limpio de un cielo sin una nube que brillaba bajo un sol naciente de color naranja, fue el botón que disparó la tentación de mi “arrogancia” que me hizo caer de forma estrepitosa, lastimándome, sobre todo, mi “orgullo” al verme imposibilitado de levantarme por mí mismo, y sobre todo, al escuchar las risas incontrolables de los que me habían advertido que tuviera el cuidado que no tuve. Era como el título del programa de televisión: “Solo duele cuando alguien se ríe”.

Considero que el problema de nuestros pecados sería suficientemente malo si solo tuviéramos que lidiar con nuestra falta de atención o desobediencia, pero cada día nos encargamos de cavar un poco más profundo el hoyo. Diariamente corremos el riego de hacer las cosas peores de lo que ya son. Pero nuestro Padre está atento para proporcionar lo que necesitamos para satisfacer nuestras necesidades. Él sabe cuándo nuestras mentes están embotadas porque nuestras despensas están vacías. Él conoce cuando la amargura comienza a llenar nuestras vidas porque no hemos podido perdonar a los que nos han ofendido. No vivir como debemos, delante de Él, nos roba el gozo para adorarle y testificar. Tenemos mucho que perder al no obedecerle y no tenemos una salida a nuestra situación, a menos que Él nos ayude.

Considero que la mejor manera de darnos cuenta de la necesidad que tenemos de clamar constantemente: “No nos metas en tentación mas líbranos del mal”, es reconocer la imposibilidad que tenemos de vivir una vida de acuerdo con los propósitos de Dios, sin la ayuda de Él. La razón es bien simple: “el enemigo es superior y es más poderoso que nosotros”. ¡Sus características no son humanas! El diablo fue capaz de revelarse contra Dios porque quería ser igual a Él. Aunque es un ser creado, es superior en atributos y poder a los seres humanos. Y como si esto no fuera suficiente, no podemos confiar en nosotros mismos para mantener nuestras vidas limpiar y agradables a Dios.

Aunque la Biblia describe a Satanás como “el engañador”, “el padre de las mentiras” y “el tentador” entre otras cosas, según Santiago 1:13-14 no podemos culpar a nadie por nuestras tentaciones. La tentación proviene de nosotros mismos, de nuestra concupiscencia que lleva al pecado. Mientras vivamos en la tierra tendremos que luchar contra nuestro enemigo, contra el medio en el que nos desarrollamos y contra nosotros mismos, para permitir que Dios nos lleve a alcanzar la victoria.

Un día, cuando se establezca el Reino de Dios, escaparemos incluso a la presencia del pecado, pero hasta que venga ese día, dependemos diariamente de Él, para poder escapar al poder del maligno. Es una pérdida de tiempo tratar de enfrentarse a las tentaciones, contando con nuestras propias fuerzas. Solamente Dios puede darnos las fuerzas que necesitamos para resistir. Cuando le pedimos a Dios que nos libre de la tentación, le estamos solicitando que nos aparte y que no permita que estemos expuestos a esa situación que va a poner a prueba nuestra vulnerabilidad. Podemos vivir confiados, porque nuestro Padre celestial ha provisto para cubrir todas nuestras necesidades. ¡Dios es la respuesta a todo lo que el hombre pudiera necesitar!
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  • Óscar J. Fernández