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EDITORIAL: ¿Qué anda mal?


BRENTWOOD, Tenn. (BP) — Recuerdo que en mi infancia y juventud, las personas al igual que hoy, tenían diferentes ideas y puntos de vista, incluyendo equipos deportivos, partidos políticos, asuntos sociales, iglesias y muchas cosas más. Recuerdo que los asuntos se hablaban, la mayor parte de las veces sin intención de convencer al oponente, sino más bien para establecer el punto de vista que se sustentaba. Eran conversaciones civilizadas y los ponentes eran y seguían siendo amigos.

Muchos de mis mejores amigos de esa época tenían puntos de vista diferentes a los míos en muchos asuntos, pero todavía hoy somos grandes amigos, en varios asuntos seguimos teniendo ideas distintas. En mis años universitarios incluso nos divertíamos haciendo bromas pesadas a nuestros oponentes, sin faltarnos el respeto ni humillar a alguien. Con mucho orgullo conservo muchas de mis amistades de aquel tiempo.
He tratado de encontrar una explicación racional a la situación que estamos viviendo hoy día, en donde tener una idea o concepto diferente al de otra persona, nos puede convertir en un odiado enemigo, o en el mejor de los casos, perder la amistad de alguna persona, por tener un punto de vista, una opinión diferente o una actitud distinta ante un determinado asunto. Incluso dejar que coloquen un cartel en el jardín de la casa, de alguien que se postula para algo y con quien estamos de acuerdo con lo que dice que va a hacer, se ha convertido en algo peligroso que nos puede traer malas consecuencias, al punto que la mayoría no se atreve a permitir que coloquen algo en su propiedad.
Esta situación se expande como una epidemia mortal y ha llegado a contaminar a nuestras iglesias e instituciones. Una gran diferencia que hoy existe con el pasado, son los medios de comunicación masiva. Facebook y Twitter pueden servir una bendición o una maldición en ese sentido. Yo evito los comentarios y opiniones personales en ellos y aun así, he recibido mensajes y notas ofensivas, discriminatorias y amenazantes simplemente porque semanalmente publico estudios bíblicos y actividades de la iglesia de la cual formo parte. Aclaro que estos son básicamente los únicos temas que yo publico en esas plataformas digitales.
Estoy convencido de que este es un problema muy profundo que tiene que ver con el pecado y el corazón de la gente. No me estoy queriendo vender de santo, yo soy de los que ardo en furia cuando alguien que viene escribiendo un mensaje en el teléfono, se cambia inadvertidamente de senda y está a punto de provocar un accidente. El asunto no está en lo que se siente, sino en controlar los sentimientos y no darle rienda suelta a nuestros instintos humanos pecaminosos.
El otro día conversando sobre este tema con el grupo de estudio bíblico que enseño en mi iglesia, uno de los participantes me dijo: ¿Y qué hago con ese que sé que me odia y quisiera matarme? Aunque tal vez no sea de las cosas que más nos agraden de la Biblia, en la Escritura esta la respuesta: ¡Tenemos que amar a nuestros enemigos! A todos ellos. A los enemigos políticos, los ideológicos, los sociales, los profesionales, los del ámbito laboral, los de la escuela, los enemigos teológicos, los que se burlan de nosotros, los que tratan de humillarnos y la lista es demasiado grande para seguir.
No estamos autorizados a pagar con la misma moneda que recibimos. Todos sabemos lo que nuestro Señor Jesucristo enseñó, pero el reto está en hacerlo. Tomar nuestra cruz cada día, entre otras cosas, implica eso. Debemos sentarnos tranquilos y reflexionar si tal vez nuestros comentarios y acciones no reflejan exactamente lo que se supone que reflejen de nosotros y de la fe que predicamos.
Como en tantas otras cosas, el que alguien lo haga, no nos autoriza a hacer lo mismo. En conclusión: Si te odian, ama. Si hablan mal de ti, ama. Si te calumnian, ama. Si alguien injustamente se ofende contigo, ama. Si alguien justamente se ofende contigo, ama. Si alguien te envidia, ama. Si alguien te menosprecia, ama. Si alguien te discrimina, ama. Si alguien te tiene en poco, ama. Y como dijera el apóstol pablo: “13 Hermanos, yo mismo no pretendo haberlo ya alcanzado; pero una cosa hago: olvidando ciertamente lo que queda atrás, y extendiéndome a lo que está delante, 14 prosigo a la meta, al premio del supremo llamamiento de Dios en Cristo Jesús” Filipenses 3:13-14.

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  • Óscar J. Fernández