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Recuerdan a los mártires del Hospital Bautista Jibla en Yemen


[SLIDESHOW=46832,46833,46834,46835]JIBLA, Yemen (BP) — Han pasado 15 años desde que caminé por los predios secos y pedregosos del Hospital Bautista Jibla en Yemen, donde un pistolero solitario mató a tres misioneros médicos de la Junta de Misiones Internacionales (IMB) una mañana de diciembre de 2002.

Los bautistas del sur habían invertido sus vidas en este centro médico más de 35 años mientras se preocupaban por miles de personas en esta problemática nación del Medio Oriente.
Llegué poco después del ataque del 30 de diciembre para cubrir la tragedia. Pocos días después del asesinato, llegué a la oficina del director del hospital, Bill Koehn, donde Abed Abdul Razak Kamel, un militante islámico, había aparecido por la puerta y había asesinado a Bill, a la doctora Martha Myers, y a la encargada de compras Kathy Gariety esa aterradora mañana.
Recuerdo haberme sentido como si un gran peso me hubiera caído en el pecho cuando los trabajadores del hospital me mostraron cómo el asesino dejó la oficina de Bill y bruscamente caminó a través del patio del hospital hacia la oficina de la farmacia donde le disparó dos veces a Don Caswell, y lo hirió severamente. El trabajador me guio de vuelta al patio donde el pistolero, ya sin balas, fue confrontado por los guardas armados del hospital. Calmadamente puso la pistola en el suelo, levantó las manos y fue arrestado.
El fuerte olor a productos de limpieza llenaba el aire cuando caminé por el angosto patio, con sus recientes fregadas oficinas, hacia las residencias de esos obreros de IMB. Al doblar la esquina, llegamos al taller de Bill donde, después de un día en la oficina, a menudo confeccionaba pequeños juguetes de madera para los niños del área.
El trabajador del hospital sacó de debajo de un curtido banco de trabajo una caja con algunas de las más recientes creaciones de Bill. Al ver esas simples tallas, algunas a medio terminar, profundos sentimientos de pérdida me invadieron mientras pensaba en lo sin sentido que fue interrumpir su vida marcada por tantos actos de bondad.
Sentimientos similares me agobiaron cuando vi la meticulosa lista de Kathy en la oficina del hospital. El día del ataque, Kathy y Bill iban a revisar el largo inventario en preparación para transferir la propiedad al gobierno local yemení en cuestión de días.
Luego, cuando entré al departamento de la doctora Martha, el dolor aumentó mientras examinaba un montón de pilas en sus cuartos. Había pilas de ropa, juguetes, libros, canastas, e inclusive bolsas plásticas — todo organizado para el siguiente viaje de Martha al pueblo.
Martha era bien conocida por sus viajes, los que frecuentemente duraban días cuando viajaba por caminos escabrosos para tratar las enfermedades y heridas de algunas de las personas más pobres en Yemen. Era en esos viajes cuando hablaba cuidadosamente de Jesús mientras dispensaba todo lo que podía de la variedad del inventario de su apartamento que su vehículo podía cargar.
La atmósfera en todo el recinto hospitalario era entendiblemente triste. Mientras cruzaba los predios, pequeños grupos de obreros internacionales y de IMB se juntaban y hablaban suavemente. Yo trataba de dirigirme fuera de los círculos para respetar su privacidad y duelo. Era fácil entender por qué los que estaban en el complejo hospitalario buscaban el consuelo de sus colegas. La policía yemení, las fuerzas de seguridad, e inclusive los medios internacionales de noticias habían llegado justo después del ataque. Ahora, esos forasteros finalmente se habían ido y todos en el complejo hospitalario necesitaban tiempo para estar a solas.
Pese a ello, para el domingo en la mañana, solo seis días después del ataque, el equipo del hospital decidió que era tiempo de volverse a la comunidad a la que habían llegado a servir. Así que cerca de la media mañana, algunos de los obreros de IMB que quedaban y otros del personal del hospital salieron a través de las puertas del complejo para caminar por las calles de Jibla.
Caminé junto al grupo de cerca de una docena de personas, bien consciente de cómo la gente del pueblo nos observaba en la empinada calle que llevaba del hospital hacia la comunidad. Los comerciantes cercanos llamaban desde sus tiendas, algunos ofrecían té mientras otros nos insistían en que nos acercáramos, nos sentáramos y habláramos. Algunos hombres en la calle pasaban de largo, se detenían para mirar para atrás, y se volvían para unirse a la caminata.
Era una cosa simple de hacer — solo caminar por la calle cambiando de conversaciones y dejando a la comunidad compartir el duelo y ofrecer el cuidado que podían. Con cada interacción, la tensión de la tragedia, y quizá inclusive un poquito del dolor, disminuían para algunos en la procesión cuando hablaban, escuchaban e inclusive oraban los unos por los otros.
Ahora, 15 años después, las noticias de Yemen hacen que esa simple caminata se sienta muy lejos. La nación se ha sumergido en una guerra civil que está empujando al país a la devastación, con millones en riesgo de hambruna.
El lógico e inherente riesgo de estar en Yemen puede sugerir que es mejor abandonarlos al sufrimiento provocado por su propia guerra. Pero el evangelio no se trata de aislamiento; se trata del amor de Dios por todos, inclusive por aquellos en los lugares más difíciles.
Oren por aquellos que un día harán la siguiente caminata por una calle yemení, listos para compartir el amor y la paz de Dios, sin importar el costo.
Para ver más imágenes vaya a https://www.imb.org/2017/12/15/martyrs-jibla-baptist-hospital/.