fbpx
Articulos en Español

EDITORIAL: ‘Evangelio’ sin arrepentimiento no es evangelio


FORT WORTH, Texas (BP) — Para muchos predicadores contemporáneos la presentación del evangelio se ha convertido en un ejercicio motivacional cuya meta es hacer sentir a las personas aceptadas y recibidas por Dios. En un mundo donde hay tantas presiones siempre es bueno saber que Dios siempre está allí para hacerte sentir bien, y no pedirte nada en retorno. En cierta forma el dios de estos predicadores e iglesias es una especie de mascota. Las personas dicen adoptar mascotas porque ellas siempre están allí acompañándolos, sin juzgarlos ni hacerlos sentir mal. ¡Amamos a nuestras mascotas, así como amamos a nuestro Dios! Nuestras iglesias de esta forma parecen centros de recuperación emocional en donde se nos acepta sin que tengamos nada de qué avergonzarnos, nada de qué arrepentirnos. Si alguien se atreve a cuestionar este “status quo,” es considerado como parte de ese mundo retrógrado de prejuicios irracionales que hay que superar. Las buenas nuevas de Jesús, pensarían las mismas personas, no tiene nada que ver con hacer sentir mal a las otras.

Sin embargo, al considerar lo que la Escritura dice sobre lo que es el evangelio, nos damos cuenta de que para que éste sea las buenas nuevas que dice ser, debe comenzar con exponer la necesidad y la realidad que se propone remediar. El evangelio de acuerdo con el apóstol Pablo comienza con la necesidad de que el ser humano entienda que la condición en la que se encuentra naturalmente es el resultado de no haber parado de hacer ciertas cosas que le son dañinas y dolorosas al extremo. El evangelio no es evangelio si el ser humano no reconoce que su condición es de separación, es de dolor, de enfermedad y de muerte; situación de la que él mismo es culpable y debe arrepentirse.

Reconocer esto al hombre no le ha sido fácil. Parte de esta condición y enfermedad humana es la incapacidad de considerarnos enfermos, culpables y necesitados de ayuda. Con mucha facilidad creemos que somos buenos, saludables y exitosos. El hombre exitoso aquel que se acerca a Jesús y le llama maestro “bueno,” quizá esperando a otro religioso más que lo confirme en su bondad, recibe tremenda decepción: “Solo Dios es bueno.” Los demás somos malos. Muy malos.

No te apresures a pensar que la solución a los problemas del ser humano sea que deje de pensar como un derrotado. El evangelio de Jesús no es el mensaje que viene decirle al hombre que debe pensar positivamente, y que Dios estará allí para ayudarlo a ser el campeón que debe ser. En cierta forma, lo opuesto es la verdad. El evangelio es buena noticia solo cuando el ser humano comprende que ha fracasado, que está perdido, separado, enfermo y que no importa cuánto se esfuerce, no hay nada que pueda hacer por sí mismo para cambiar esta situación. Si el ser humano no está dispuesto a reconocer esto, entonces no puede recibir el evangelio. Más aún, si el hombre no quiere concebirse de esta forma, Jesús no tiene nada que ofrecerle. Jesús, es el médico divino que viene a curar nuestra enfermedad. Pero si estamos sanos, o así lo pensamos, no lo necesitamos, su misión no nos sirve. Sus buenas noticias de salvación no son buenas porque nosotros somos ya buenos, y no son de salvación porque nosotros no estamos perdidos.

Las noticias de que Dios quiere salvarnos, perdonarnos, declararnos inocentes, reconciliarnos, purificarnos, santificarnos y finalmente glorificarnos no tienen ningún sentido para aquellos que no se creen separados de Dios, perdidos sin Dios, necesitados de que Dios nos perdone por lo que hemos hecho y de eso en lo que nos hemos convertido.

La mejor explicación de las buenas noticias del mensaje cristiano aparece en la carta del apóstol Pablo a los Romanos. Y aquí como en toda la Biblia, el mensaje comienza con la necesidad de que el hombre se arrepienta de las acciones que lo han llevado a su presente situación sin Dios. Este es el evangelio que es el poder de Dios dice Pablo y del que no debemos acobardarnos (1:16). El arrepentimiento bíblico, por supuesto, no es el simple remordimiento sentimental que se mantiene estático y sin cambio. El arrepentimiento del que toda la Escritura habla es aquel que reconoce la maldad de la que somos responsables, pide perdón y se compromete a cambiar. En el proceso, el hombre descubrirá que Dios mismo le capacitará para que haga el cambio que quiere hacer. Pero primero debe reconocerlo, debe necesitarlo, debe quererlo. Pero, ¿por qué? ¿Por qué necesito arrepentirme, y por qué es esto parte del evangelio verdadero? Pablo nos da varias razones, pero aquí por el espacio solo voy a mencionar cinco.

1. Dios les ha dado a todos los seres humanos suficiente información sobre su persona y su voluntad en la creación, en la conciencia y en la razón (2:15), y aun así no lo hemos querido buscar y acercarnos a él (1:18-20). Esto nos presenta como individuos que, aunque sabemos la verdad no queremos vivirla justamente, y por lo mismo to tenemos excusa frente al enojo de Dios.

2. Hemos sido desagradecidos al no reconocer la grandeza de nuestro Dios. En su lugar hemos exaltado nuestra grandeza y la de las criaturas, al punto de llegarnos a adorar a nosotros mismos y a aquello que es inferior. Para apoyar todo esto hemos construido enormes edificios filosóficos, ideológicos y religiosos para auto convencernos. ¡Como resultado hemos hecho toda clase de inmundicia, hasta deshonrar nuestros cuerpos! ¡Qué ironía más grande! Queriendo exaltarnos a nosotros mismo terminamos denigrándonos y hundiéndonos en el lodo más cenagoso posible (1:21-24).

3. Hemos cambiado la verdad de Dios por la nuestra. Nada más contemporáneo que esto. Todos queremos tener nuestra propia verdad a la que aferrarnos. Y la verdad que se encuentra en la naturaleza, en la conciencia y la razón humana la hemos despreciado. Hemos decidido seguir “antes” nuestros deseos en servir y adorar a lo que no es la Deidad. Mientras Dios calla y espera, nuestras “verdades” nos han llevado a las pasiones y extremos más vergonzosos, que terminan castigando severamente nuestros propios cuerpos. ¡Hemos fracasado y debemos arrepentirnos de nuestra pérdida! (1:25-27).

4. No hemos querido tener en cuenta a Dios. No hemos querido tenerlo en cuenta en nuestras vidas para nada. Y nuestras mentes se han arruinado al punto de permitirnos hacer cosas que no nos convienen pues nos destruyen. ¡24 vicios se mencionan! (1:29-32), desde aquellos que nos parecen más graves hasta aquellos que los consideraríamos leves. Y, sin embargo, Dios dice que todas estas aberraciones merecen el castigo de la muerte. No sólo son dignos de muerte los que las cometen, sino también aquellos que se alegran que pasen y no hacen nada para evitarlo. Si así están las cosas, no cabe duda que Dios quiere que todos debemos arrepentirnos.

5. La quinta y última razón que Pablo nos da para buscar, invitar y predicar el arrepentimiento como parte del mensaje de salvación es la más severa y real de todas. ¡La justicia, la ira, el castigo de Dios viene ciertísimamente para los que no se arrepienten! Todos somos inexcusables (2:1), nadie se escapará (2:2-3), el juicio de Dios viene en verdad (2:2). Dios nos ha tenido paciencia, pero el que no se arrepiente simplemente está acumulando más razones para recibir el justo juicio de Dios (2:5). Inclusive aquellas acciones que se han mantenido maliciosamente y tercamente en secreto serán juzgados por Jesús. ¡Cualquier predicación que no incluya un fuerte énfasis en la necesidad de arrepentirse no es predicación del evangelio de Jesús ni del de Pablo (2:16)!

Con todo lo lúgubre de este trasfondo y realidad, es sólo con él que podemos entender el gran mensaje de salvación que ofrece Jesús:

“Más Dios muestra su amor para con nosotros que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros.”

¡Sí, un “evangelio” que no hable del arrepentimiento no es el Evangelio!

    About the Author

  • Gerardo A. Alfaro