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EDITORIAL: Para jóvenes teólogos


NOTA DEL EDITOR: La columna First-Person (De primera mano) es parte de la edición de hoy de BP en español. Para ver historias adicionales, vaya a http://www.bpnews.net/espanol.

1. Ten cuidado de ti y de tu doctrina. El ministerio de la teología cristiana es el ministerio de la Palabra. Recuerda que tu énfasis debe ser conocer correctamente la Escritura para poder enseñarla correctamente. Todo conocimiento debe ser canalizado para la edificación del pueblo de Dios.

2. No dejes de leer la Biblia por leer a Barth, Pannenberg, Lutero, Calvino o Agustín. Todos estos pueden ser ayudas enormes para entender la Escritura, pero nunca serán las Escrituras. Nunca deben reemplazarla. Percepciones importantes provienen de aquellos, pero la vida, el gozo, la paz, la transformación del carácter sólo los provee la voz de Dios de la Escritura. Inscríbete primero en la Escuela de la Escritura antes de hacerlo en cualquiera de las de aquellos. La Escritura es fundación y Cúspide al mismo tiempo del edificio de la mejor de las teologías. Nunca será superada, nunca deberá supeditarse a ninguna otra persona o movimiento.

3. Procura leer en abundancia y con variedad, pero recuerda el peligro de leer lo equivocado. El espíritu reaccionario de la juventud te llevará muchas veces a leer todo aquello que parece retar y poner en duda lo que has aprendido. Esto puede llevarte también a formar conclusiones apresuradas y amarillistas. No saltes a conclusiones radicales simplemente porque has leído al teólogo más popular o más radical. Lee también a aquellos grandes maestros que aunque no tengan la fama del radical, han soportado el paso de los años y no se han dejado manipular por las modas teológicas.

4. No juzgues con rapidez los movimientos de los que has oído críticas solamente. Mientras no hayas leído y estudiado personal y profundamente guarda tu juicio, matiza tus afirmaciones.

5. Tres o cuatro años en el seminario no te hacen experto en nada. Menos en la Escritura. Tienes derecho a sospechar de las afirmaciones teológicas que no encuentras convincentes. Pero no tienes derecho a ser dogmático y pasar juicio definitivo y a veces burlesco de lo que otros afirman. Sigue estudiando.

6. No pretendas saber más de lo que en realidad sabes. Conocer los tiempos y modos verbales del Griego, saber sus cláusulas condicionales, la etimología de una palabra, o las estructuras narrativas de un pasaje bíblico, no te da derecho a pontificar sobre lo que Pablo o Pedro en verdad dijeron. Incluso la Real Academia de la lengua Española reconoce su necesidad de ajustarse a la fluidez del lenguaje, y nos hace saber que hay gran diferencia entre el léxico y la realidad salvadoreña, por ejemplo.

7. Pide consejo de aquellos que están más cerca. Pregunta sobre tu propia crianza teológica. Nutre tu reflexión de sólida información de por qué piensas cómo piensas. De porqué eres lo que eres. Sólo cuando hayas hecho el largo viaje de auto introspección personal y comunitaria estarás preparado para iniciar un juicio mucho más justo de lo que que debes creer.

8. No quieras escribir y enseñar prolíficamente cuando apenas estás en pañales teológicos. Aprende a esperar para dar tu opinión. Conocer los que otros han dicho es como hacer cola para poder tener uso de la palabra. Mientras más esperas, mejor será para ti y para los que te oyen. Mientras esperas, entenderás que lo que tanto quieres decir con urgencia ya ha sido dicho por otros, y quizá con tal calidad como tú nunca podrás decirlo. A veces tu papel en esta espera será sólo señalar lo que otros han dicho. Aunque siempre hay espacio para que, como los grandes, puedas corregir lo que antes enseñaste, es mejor borrar un par de páginas mal escritas que tirar cientos de libros a la basura.

9. Cuida tu terminología. No por usar palabras teológicas que a veces ni tú entiendes bien, mostrarás cuánto has aprendido y cuán importante es tu análisis. Ocupa esas palabras con los que saben más que tú, porque aunque ahora no lo creas, hay muchos que saben más que tú. Y lo más escandaloso, para ti, quizá sea que aquellos que de verdad saben, no ocupan esas palabras que tu tan ansiosamente te das prisa en balbucear, incluso en contextos donde no van y no hacen sentido.

10. El verdadero estudiante de teología no aprende sólo en el salón de clases, o de los amigos libros. Aprende también en la iglesia y en la calle. Deja que otros le enseñen aunque no sean teólogos de profesión. Aprende de la gente en general. Del viejo y del niño. El verdadero teólogo no es el que siempre enseña, es el que siempre aprende. Lo que ve, lo que oye, lo que experimenta a solas y en comunidad, en el “culto” o en la casa, son “pan para su matata” todo el tiempo.

11. Tu familia es más importante que tus libros. No mates tu familia por conversar con tus libros. Todavía tienes padres y hermanos. No dejes de criar a tus hijos por criar erudición. No le seas infiel a tu cónyuge por pasar más tiempo con tus amigos los eruditos. No permitas que tu hijo se suicide en soledad porque tu compañía la tiene monopolizada tu biblioteca o tu ministerio de conferencias y pláticas.

12. En la iglesia tu no eres la última palabra. En la iglesia tu eres otro “hermano.” Cuando el predicador o pastor predica no lo hace para satisfacerte a ti solamente. Lo hace para satisfacer al Señor de la Palabra, y éste vive en medio de su gente y le habla a todos sin importar si es un médico, ingeniero, comerciante, barrendero, conserje, o a aquel que lleva la carga espiritual, más que ostentar el esotérico título de “teólogo.” Delante del que vive en medio de nosotros y se comunica a través de las coyunturas de su cuerpo, todos estamos al mismo nivel. No, yo, el estudiante de teología, soy el menor de todos los siervos del Señor.

13. Aprende a sufrir cuando no entiendas lo que Dios dice. La vida del teólogo no es una de certezas solamente. También tiene muchas dudas y muchos claroscuros. Tiene mucho de fe, de confianza, aunque no se vea, aunque no se entienda. No te apresures a dar respuesta al sufrimiento humano. Sufre con los que sufren, y sufre por los que no quieren sufrir la sana doctrina de Pablo y Timoteo. No te apresures a maldecir a aquellos que no piensen como tú y no acepten tu enseñanza en aquellos claroscuros. El verdadero teólogo no sólo piensa y escribe, muchas veces más ora y sufre en silencio, con la ventana y la puerta cerrada, recordando al Maestro.

14. Aprende a decir no al vehemente deseo de reconocimiento. De la misma forma, resiste a aquellos que quieren colocarte como rector de sus vidas e instituciones prematuramente. Aprende a bajar. El único que merece subir es Jesús. El que finalmente te hará subir, si el quiere, es Jesús. No quieras ocupar “ya” el puesto de maestro cuando el que te conviene es el de discípulo. Deja que los años corran y te maduren a golpes de desconcierto y le den el temple que tu juventud no tiene. Si el tiempo no te golpea, golpéate tú, pero no como al aire. Disciplina tu vida para que puedas gozar de ella a plenitud, y trabajar cotidianamente sin que te vuelvas un hedonista o un “workaholic santificado.”

15. Vive. Ama. Llora. Rie. Espera.

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  • Gerardo A. Alfaro