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EDITORIAL: Apostasía


NOTA DEL EDITOR: La columna First-Person (De primera mano) es parte de la edición de hoy de BP en español. Para ver historias adicionales, vaya a http://www.bpnews.net/espanol

Fort Worth, TX (BP) — Sí, la apostasía es real. Habrá gente que no se declara como apóstata y que vive haciendo a otros creer que es cristiano, pero ya no cree más.

Otros no lo ocultan. Simplemente dejaron de creer o ya no fingen que creen. Otros parecen haber “superado” la fase de la creencia en Dios, en Jesús, y en el Espíritu, y se dedican a la moralidad, a la política, o a la superación secular. Así viven, mirando a los que “todavía” tienen fe con una aire de superioridad, con un dejo de lástima. Por lo menos, así quiere hacernos pensar. Pero, el apóstata nunca llega a ser feliz. En su fuero interior vive una brasa que lo quema constantemente.

Por eso, no puede quedarse sin creer nada. Tiene que sustituir la creencia perdida con otro tipo de creencia. Y se lanza a luchas indefinidas y extremadamente agobiantes. Ha perdido el descanso. Quiere cambiar a todo el mundo. Quiere ser el que anuncie las “buenas nuevas de liberación” de la ignorancia religiosa, del fundamentalismo tradicional.

Pero por dentro sabe que lo que ofrece no satisface. No la ha satisfecho a ella. La apóstata es una persona esclavizada por su deseo de escapar. Grita que ha escapado, pretende vivir como libre. Pero por dentro lleva la semilla del abandono. Sabe que no ha abandonado simplemente la supertición, o la religión. Aunque usa palabras seculares y pretende basar su vida en investigación científica, su “yo” más interno sabe que nada de esto fructifica en lo que todo hombre y mujer anhelan: Paz con Dios.

El apóstata o la apóstata pueden ser el resultado de una vida difícil. Pero no siempre. También los hay aquellos quienes vivieron siempre en comodidad. Pero como la comodidad o la falta de ella no nos libran de los imponderables de la vida, ambos han experimentado no sólo los sinsabores cotidianos, sino muchas veces también el ajenjo humano.

El dolor punzante al extremo de la infidelidad de un cónyuge. El atroz sentimiento de abandono cuando unos de nuestros padres muere. El resentimiento causado por el abuso espiritual y emocional de otros. La incapacidad de cambiar o hacer cambiar aquellos que dicen amarnos. El conocimiento íntimo de un familia que por fuera es cristiana y por dentro más pagana que aquel Corinto. También la presencia de tartufos que abundan hoy más que nunca, los llevó abandonar ellos el camino que quizá apenas empezaban.

Ni siquiera Moliere se les compara en su escarnecedora sátira.

Ah si por un momento se dieran cuenta que no están solos. Que la historia de muchos llamados hombres seculares del mundo moderno, y a saber de cuántos más en el mundo antiguo, ha sido la misma. Hombres y mujeres que habiendo comenzado su camino cristiano fueron arrullados por un torpe paternal liberalismo, o por un igualmente ciego fundamentalismo. Mamaron la agria leche de la infidelidad física, espiritual y relacional que más tarde los inmunizaría para buscar al fiel y verdadero. Pregúntele a Marx, a Feuerbach, a Freud, a Flew.

Todos ellos con padres cristianos. Todos ellos apóstatas. Todos ellos seculares. Todos ellos infelices. Si tan sólo pudieran reconocer que volver a Jesús, no implica volver a la infidelidad de otros. Si tan sólo pudieran darse cuenta que la fe en Jesús es fe en el mayor filántropo de la humanidad (Tito 3:4).

Que es esta filantropía la que nos sana el alma y el espíritu de cualquier otra apostasía, dolor o injusticia. Que no importa la más grande amargura del ajenjo humano, la dulzura de Cristo lo convierte en panal de rica miel. Si tan sólo pudieran reconocer que la mayor libertad se encuentra en un volver atrás y tomar el camino del Señor. Si tan sólo pudieran entender que hay alguien que les entiende cuando se habla de ser traicionado, de ser rechazado, y abandonado por tu familia y tu pueblo.

Si tan sólo pudieran saber que aun para el apóstata hay esperanza de reconciliación y de verdadera vida a la par del Jesús crucificado y resucitado. Que el Padre de Jesucristo, todavía mira por el camino, esperando al hijo apóstata que con una pestilente vida de andrajos, en soledad, lo busque de nuevo, y juntos disfruten de la fiesta que tanto han deseado (Lucas 15).

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  • Gerardo A. Alfaro