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EDITORIAL: ¡María es Importante!, Lucas 1:46-56


NOTA DEL EDITOR: La columna First-Person (De primera mano) es parte de la edición de hoy de BP en español. Para ver historias adicionales, vaya a http://www.bpnews.net/espanol

FORT WORTH, Texas (BP) — De acuerdo con las Sagradas Escrituras judeocristianas la madre del Cristo fue una joven que vivía en una pequeña aldea de Galilea, Nazaret. Nada se nos dice de sus padres, aunque algunos creen que
una de las líneas genealógicas que aparecen en Mateo y Lucas podrían darnos por lo menos el nombre de su padre, y con él los de sus ascendientes.

“Mariam,” como la llama el texto griego, era una mujer de fe. Aunque nunca el Nuevo Testamento se detiene a darnos la edad de ella, sí insiste que era una joven casadera. Las palabras y la actitud reflejada en ellas cuando responde al mensajero quien trajo el anuncio de que ella daría a luz al Salvador, nos hablan bastante de ella. Es por su propio testimonio que creemos que lo que la tradición
romana a hecho de ella la distorsiona a tal punto que es difícil reconocerla. Esa María, a la que se le canta y se le llama “reina del cielo,” y “patrona de Latinoamérica,” es otra completamente diferente a la que las páginas del Nuevo Testamento nos describen.

Maria Nos Recuerda A Engrandecer Solo A Dios

¿Por qué decimos eso?

Fíjese como María responde a su pariente Elizabeth cuando ésta parece alabarla como la “madre de mi Señor.” Inmediatamente María responde y hace que la atención no se centre en ella sino en Dios. Este es el inicio del famosísimo “Magnificat,” un salmo con profundo contenido que ella le canta a Dios. Es como si en otras palabras, María le dijera a Elizabeth y a nosotros, si hay alguien a quien tenemos que alabar es solamente a Dios.

La forma en que ella misma se describe cuando se mira a la par de lo que Dios le ha hecho es importante también. Solo en el primer versículo (46) lo llama Señor, Dios y Salvador. Esta manera de hablar no sólo nos dice de la profunda devoción con la que María ve a Dios, sino que además lo coloca como el verdaderamente importante en todo lo que aquí acontece. Lo llama “Señor” (Kirios) para hablar de su gobierno, él es el único Rey (1:32). Lo llama Dios porque aparte de él, inclusive ella, somos criaturas incomparables a él. Lo llama también su Salvador–nteresantemente en el contexto el que “salvará a su pueblo de sus pecados” es Jesús. Lo llama “mi Salvador” como para recordarnos que ella se incluye dentro del pueblo que necesita ser salva. Se necesitaría una gimnasia casi de ilusionista para olvidar esta característica que María dice tener. Y eso es exactamente lo que vemos que la tradición romana hace cuando llega a esta parte de la Escritura.

Maria Nos Recuerda La Verdadera Actitud Que Dios Busca

Cuando se trata de hablar de ella, María no sólo se describe como una persona que necesita de un salvador personalmente (“mi”), sino que también se describe en términos que nos sorprenden, especialmente cuando consideramos los que algunos hoy en día dicen de ella. Habla de su “bajeza” (48) y de ser “su sierva.” La palabra que se traduce “bajeza” (RV60), es la misma que más adelante se podría traducir como “humildad,” “pobreza,” “pequeñez,” etc. Y describe a una persona que reconoce su verdadera condición delante de Dios. Dios ha visto esta condición, dice ella, en una clara expresión hebrea. Dios “mira” a su pueblo cuando va a bendecirlo a pesar de su pequeñez.

Asimismo, María se considera “sierva” de Dios, aquella que no es la que está en control sino que se sujeta al control del amo de la casa. ¡Excelente forma de hablar de cómo María ha asumido su deber de servir al Señor al traer al hijo de Dios a la vida humana. Esto, dice ella, le producirá una felicidad permanente. La frase “me dirán bienaventurada” debe entenderse en el contexto en el que Elizabeth la ha llamado “bienaventurada.” Elizabeth ha sido la primera en reconocer la felicidad que Dios le ha causado al permitirle servirle como madre de Jesús. “Ser bienaventurada” no es una cualidad de María en sí misma. Para entenderlo mejor, deberíamos decir que “ser bienaventurado” se aplica a aquel que es dichoso, y más exactamente, a aquel a quien Dios lo ha hecho dichoso. Esta es María. Si a aquella virgen del primer siglo le hubiéramos preguntado como quisiera que la llamáramos, si preferiría “reina del cielo” o “sierva de Dios,” nos miraría con extrañeza extrema por la mismas opciones planteadas. Quizá diría que estamos desvariando, no importa cuánto la aduláramos. Sin lugar a dudas ya sabemos lo que nos contestaría. Es esta condición de sierva, la que la hace ser feliz, y no otra.

Es así que María es un ejemplo insuperable para nosotros. Ella es aquella que sumisamente, como sierva, obedece la palabra de Dios, y no otra cosa. Que triste que tantos hoy, quizá sin darse cuenta, quieran quitarle esa dicha a María al asignarle funciones y características que la Palabra de Dios no le asigna.

Maria Nos Recuerda Las Grandezas De Dios

El canto no termina allí, pues María seguirá hablando de Dios, ese es el punto del salmo, de la Escritura y de nuestra vida. María nos enseñará también a centrarnos en las grandezas que Dios nos hace. Se engrandece a Dios (46) por las cosas grandes que él ha hecho (49), por las “proezas de su brazo” (51). En ningún momento, María pierde de vista el centro de la adoración del pueblo de Dios. Israel y sus patriarcas son siervos de Dios también (54). Para ellos y para nosotros el Dios de María es un Dios que es tres cosas:

1. El es el Poderoso (49), el que tiene el poder para desbancar a los que en la tierra detentan el poder, los que poseen los “tronos” políticos, económicos, y religiosos. Muchos han mantenido estos tronos porque las multitudes los sostienen. La tradición ha levantado tronos mitológicos que ahora pretenden tener mucho poder. Miles de personas son haladas a sus catedrales y basílicas, y así mantienen un mundo lleno de tinieblas e injusticia, donde los más pequeños son abusados y destruidos. María es una de esas personas—la misma palabra que en el verso 52 se traduce “humilde” es la misma que se ocupa para hablar de “bajeza” en María (48). Los mismos que violan a muchos niños pequeños, son los mismos que violan la identidad de María, queriéndola hacer participe de su corrupto poder que Dios tarde o temprano quebrará. Dios, el poderoso, cuando se levante los tirará al suelo (52).

2. Dios es el Santo (49). No existe nadie más que debe llevar este adjetivo de forma absoluta, es el nombre de Dios. A nadie más se le debe llamar “santísimo” o “santísima.” La adoración de Dios nunca se debe separar de esta cualidad divina. No se puede decir que se adora a Dios cuando se le desobedece. No se puede decir que se le canta a Dios, como lo hace María, cuando nuestras vidas después del culto simplemente lo ignoran. Dios es Santo porque él es mucho más que el “santo” a quien lo dejamos en la capilla, en una escultura o en una pintura. Dios es Santo porque no se le puede manipular, haciéndole pensar que lo alabamos cuando nuestras acciones soberbias no se someten a él. Mucho culto de la cristiandad se ha olvidado de esta lección que María nos da. Para todos aquellos que les es fácil y disfrutable hacer de Dios un rito al que le podemos dedicar un salmo romántico mientras vivimos soberbiamente en indiferencia a su palabra, es bueno recordar las palabras de María: “Dios desbarató” los pensamientos de los soberbios (51 NVI).

3. El es Misericordioso. Es increíble que muchos piensan que buscan a María porque ella sí los entiende. La imagen que tenemos de Dios es la de alguien frio y distante. Por el contrario, María misma nos enseña que Dios “extiende su misericordia” a los que le obedecen–temen. La gran bendición que la hace dichosa hace que María nos diga que Dios es bueno y que no sólo a ella la ha bendecido. Su bendición es “de generación en generación,” y lo hace con todos los que le temen (50). Esto de “extender su misericordia” nos recuerda el tierno cuidado del ave que cuida de sus polluelos (Salmo 91), o el de la Madre que nos lleva en su seno materno (Isaías 66). Dios no necesita ser María para ser madre, él es misericordioso eternamente. El es el que nos alimento en la boca (53; comp. Salmo 91). Es el que “acude” a ayudarnos (54-55 NIV), “para siempre” (55 NVI). Cuántas veces su bondad se la hemos atribuido ignorantemente a otro u otra mortal, y aun así sigue bendiciéndonos! El mensaje de María es claro si queremos oírlo, es él quien es misericordioso y nos ayuda. Pensemos en él y no en otro…

Conclusion

Sí, María es importante. (1) Ella nos recuerda a engrandecer a Dios nuestro único Señor y Salvador. Nadie más debería ocupar este lugar. (2) Ella nos enseña y personifica la verdadera actitud que Dios busca en todo ser humano. Incluyendo María, Dios busca personas humildes que reconozcan su necesidad de Dios. Hacemos bien si no queremos quitarle a ella esa condición, tratándola de una manera que ni Dios le ha dado, ni ella dice tener. (3) María es importante porque nos recuerda las grandezas de Dios: el es el Poderoso, el Santo, y el Misericordioso. Cada una de estos atributos divinos nos ayudan a buscarlo a él y no a nadie más, como el que tiene poder y bondad suficiente para satisfacer nuestras necesidad de salvación. ¡Gracias María por recordarnos esta gran verdad!

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  • Gerardo A. Alfaro