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EDITORIAL: La importancia de la enseñanza de Jesús


FORT WORTH, Texas (BP) — Si comenzara esta nota hablando de la importancia de la doctrina Cristiana, probablemente muy pocos seguirían leyendo. La razón se encuentra en la connotación que la palabra “doctrina” ha tomado en círculos cristianos. Para la gran mayoría, la palabra y su contenido se encuentran dentro de esos fríos ambientes de la especulación religiosa que nada tienen que ver con la existencia cotidiana del humano. Se trata de esas verdades religiosas que por alguna razón los clérigos quieren que todo el mundo memorice, aunque no las entienda.

No quiero darles todas las razones que existen para discrepar de esta idea. Me gustaría sólo apuntar que la palabra que en el Nuevo Testamento se traduce como doctrina es una que significa opinión y enseñanza. Por eso, cuando hablo de la doctrina cristiana sólo estoy pensando en la opinión y la enseñanza de Jesús, el Cristo, sobre algún asunto en particular. A mi me parece importante esto pues este mismo Jesús hace depender toda mi vida de lo que él enseñó. Me dice, por ejemplo, que sus palabras pueden hacer la diferencia entre un futuro venturoso y uno de ruina total (Mateo 7: 24-28). Si habiendo dicho esto, alguien no quiere seguir leyendo, es su problema. Ya el evangelio de Juan nos habla de aquellas multitudes que habiendo oído a Jesús hablar, decidieron partir compañía; las palabras del Nazareno eran muy duras (6:66).

Para aquellos que quieren continuar leyendo, la palabras de Jesús son importantes porque son las palabras de la Palabra de Dios. Jesús mismo es la expresión audible de Dios al ser humano, él es quien siempre ha manifestado a la humanidad cómo es Dios y qué quiere de nosotros. Toda la revelación general divina en la naturaleza, la historia y la conciencia humana son y han sido instrumentos en la boca del Logos (palabra) de Dios). Lo mismo debe decirse de la revelación especial dada en las Escrituras. Estas siempre deben leerse de la mano de Jesús. El promete su ayuda y presencia en esta tarea continua. El significado de lo anterior es que toda nuestra realidad tiene un substrato cristológico. No nos podemos alejar de Jesús aunque queramos.

Las palabras de Jesús son importantes además porque él mismo nos lo dijo. Jesús requiere que todo lo que el enseñó sea transmitido a todos aquellos que quieren ser discípulos (Mateo 28:20ss). Esta inclusividad de las palabras de Jesús debe llamarnos la atención. Nada de lo que él dijo debe pasarse por alto. Todo detalle es importante. No existe en estas palabras algo que pueda discriminarse cómo innecesario o sin importancia. Todo es vital. Y aun con esto, es significativo que una de las áreas más difícil de la enseñanza cristiana son los Evangelios. Muy poco se predican. A excepción de pasajes famosos o preferidos, tocados muchas veces fuera de su ambiente literario, muy poco se quiere y se sabe enseñar las palabras de Jesús. En otras palabras, la materia prima con la que un discípulo se hace, se ha descuidado. Un discípulo producido en un ambiente en el que las palabras de Jesús no son su fuerte, es un discípulo, en el mejor de los casos, débil; en el peor, falso.

Además, este contexto hace claro que para Jesús no existe nadie que sea privilegiado para saber más que otros. Todos deben saber todas las palabras de Jesús, y al hacerlo entrar en el proceso de discipulado. Hoy en día, sin embargo, no sé si esta palabras son las más fácil de digerir. Cuando hablo de privilegio, muchos quizá tendrán en mente que ellos no quieren tal privilegio. Más bien lo miraran como una obligación que sólo los líderes, los pastores y maestros deben atender. Jesús no parece hacer tal separación (como tampoco hizo la separación entre laicos y clérigos, ¡invención demoniaca que ha causado más males que bienes!). Todo discípulo debe ser enseñado en todas las palabras del Mesías.

Sería suficiente tomar una concordancia y revisar todas las virtudes y capacidades que se le adjudican a la palabra de Cristo. Sus palabras son las que nos dan vida, le dice Pedro (Juan 6). Jesús dice que esta palabra es la que nos santifica delante de Dios (Juan 17). Pablo dice que es la palabra de Dios en la proclamación de los apóstoles la que “actúa poderosamente en nosotros (1 Tes 2),” y es útil para perfeccionarnos (2 Tim 3:16-17). En fin, espacio hace falta para declarar cuántas y cuáles capacidades únicas tienen las palabras de Jesús. Sólo un ignorante o un necio se atrevería a negar que esto es lo que se nos enseña, y que muchos de nosotros la hemos visto obrar en nosotros.

¿Cómo sería una reunión cristiana en donde la importancia a las palabras de Jesús fuera lo central? Las reuniones iniciales de los seguidores de Jesús tenían como punto principal oír lo que le maestro decía. Todo lo demás era secundario. Inclusive las otras necesidades humanas, como la enfermedad y el hambre, eran el resultado y venían después de oír a Jesús discurrir sobre el reino de los cielos. Los cantos eran importantes, pero no eran lo primero. Lo primero era que estuvieran saturados de la palabra de Cristo (Col 3:16). Justino Mártir, uno de los discípulos de los apóstoles, nos dice que así lo entendió la más antigua iglesia. Prácticamente todo el tiempo de la reunión dominical se dedicaba a leer y a oír “las memorias de los apóstoles y los escritos de los profetas,” tanto como el tiempo daba. Solo después había exhortación, celebración de la cena, acción de gracias, alabanza y servicio a los demás (I Apología, LXVII).

Permita Dios que antes de la segunda venida de Jesús podamos recobrar este orden y ser consistentes con la importancia que las palabras de Cristo tienen para su pueblo.
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Gerardo A. Alfaro es profesor de teología sistemática y director de la división de estudios teológicos del Southwestern Baptist Theological Seminary en Fort Worth, Texas.

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  • Por Gerardo A. Alfaro