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EDITORIAL: ¿Que significa conocer a Jesus?


NOTA DEL EDITOR: La columna First-Person (De primera mano) es parte de la edición de hoy de BP en español. Para ver historias adicionales, vaya a
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FORT WORTH, Texas (BP) — Recuerdo que allá por los años ochentas del siglo pasado uno de los más famosos evangelistas argentinos vino a Guatemala a predicar en el estadio Mateo Flores. Yo entonces estaba en los primeros años de seminario, el SETECA. Como estudiantes fuimos invitados a participar en el evento. ¿invitados, digo? Se nos dijo que deberíamos ir como parte del programa de evangelismo de la institución. Teníamos que ir y servir de consejeros durante las noches que durara la “campaña,” las varias noches. Yo, por lo menos, estaba animado de poder servir en este evento evangelístico. Sería emocionante ver como muchas personas oirían el mensaje de salvación y se rendirían a Cristo.

El estadio se llenó todas las noches. Los mensajes del evangelista fueron sencillos y emocionantes. Habló frecuentemente de cómo las familias que conocían a Jesús habrían encontrado paz y ayuda de Dios en todos su problemas. Habló también de cómo aquellas que no lo habían conocido sufrían por las enfermedades y las aflicciones de la vida. Lo que resulta interesante, con todo, es que aunque por supuesto hubo mucho lenguaje evangélico y bíblico. No recuerdo haber oído directamente una explicación clara de lo que significa aceptar a Jesús.

Sin embargo, todas las noches fueron muchas las personas que descendían por las gradas del estadio — yo diría que se contaban por decenas — cuando el evangelista hacía el llamado a buscar a Dios y a Jesús y encontrar así salvación. Quizás habría sido yo el que en un descuido no habría oído el mensaje…. Pero, algo más me pasó….

Como “consejero” de los “recién convertidos” yo debería estar preparado y buscar a las personas que “habrían entregado sus vidas al Señor.” Así lo hice. Cada noche me “pegaba” a uno, dos o tres de los que habían bajado frente a la plataforma. El ruido era abrumador, la línea de gente también. Apenas nos podíamos comunicar, porque mientras tratábamos — mis compañeros y yo — de acercarnos a los “nuevos convertidos” el coro cantaba, el evangelista hablaba y oraba la famosa oración del penitente … (quizás el único lugar en el que un par de frases rápidamente se oían los conceptos fundamentales del evangelio)….

Luego deberíamos “entrar en escena” nosotros para que “confirmábamos la decisión.” Lo que todavía recuerdo, sin embargo, es que de las varias personas con las que hablé ninguna parecía tener idea de lo que el evangelio era. Sí, tenían ideas vagas de que es importante “buscar a Dios,” “tener fe en él,” “pedirle ayuda,” etc. Todos habían bajado hasta la tarima y habrían hecho la oración mencionada … pero ninguno de aquellos, era evidente sabía que significaba el evangelio. Una señora estaba allí porque necesitaba que Dios le ayudara con el marido que era alcohólico. Un hombre quería que Dios le ayudara a encontrar trabajo. Una familia necesitaba ayuda con un hijo rebelde; otra pareja quería que los ayudaran para no divorciarse, etc. Cuando aprovechando la oportunidad yo les presentaba el evangelio, varios de ellos se mostraban incómodos, indiferentes, y cambiaban la conversación insistiendo en la razón por la que él o ella estaba allí: “yo necesito que me ayuden con mi hijo….” “mi marido necesita ayuda….” En fin….

No pretendo aquí decir que entre todas aquellas decenas de personas nadie habría recibido al Señor Jesús durante aquella campaña. Lo que si me pareció interesante es que varios de mis compañeros habían tenido experiencias parecidas a las mías.

Lo que si me ha pasado es que ahora cada vez que alguna información llega sobre cuántos hicieron una decisión por el Señor, me pregunto cuántos de aquellos no estarán igual que todos los que yo encontré y que, sinceramente, estaban muy lejos de haber conocido al Señor Jesús. Me pregunto también cuántas veces los predicadores, llenos de verborragia evangélica, redundan en frases que aunque correctas no comunican nada a los no creyentes. Frases como “debes buscar a Dios,” “Jesús es la respuesta,” “entrega tu vida a él,” “debes confiar en el Señor,” “pon tu confianza en Dios,” son solo algunos ejemplos. Y esto es no contando con aquellos oradores religiosos, gurúes de la comunicación, quienes ellos mismos no saben cuál es el evangelio — o no lo creen –, y confunden a sus audiencias con solo mensajes de auto superación en los que Dios es el que te ayuda a salir de tus deudas y problemas terrenos…

No cabe duda que si luego el tipo de persona que ha aceptado este mensaje se une a una iglesia local la confusión es mayor. Aun contándose como cristiano, lo cierto es que no ha tenido una experiencia de conversión personal al Señor Jesús… y entonces la degradación del cristianismo en su expresión de iglesia local se ve pronunciada aún más.

¿Qué elementos distintivos deben esperarse aquellos de los cuales afirmamos que han conocido al Señor? Esta pregunta, obviamente es similar a preguntar por la esencia de la presentación del evangelio. El evangelio como tal es un concepto sumamente abarcador que puede verse como sinónimo de todo lo que incluye la salvación que Dios nos da. Claro está que en este sentido no podemos delinear en un par de frases todo lo abarcado en él. Por otro lado, las Escrituras sí nos dan suficiente elementos para que podamos pensar en los puntos centrales que no deben faltar cuando una persona predica el evangelio y cuando otra, porque ha recibido ese evangelio, puede decir que ahora conoce al Señor. Aquí tres elementos fundamentales, sine qua non, de la predicación y aceptación del evangelio:

1. Arrepentimiento — que puede incluir dolor por haber cometido ofensas a Dios y al ser humano — pero que principalmente consiste en una voluntad y decisión de abandonar toda conducta pecaminosa, haciendo reparación si es necesario.

2. Reconocimiento de Jesús como el único que puede perdonarnos porque al morir en nuestro lugar él pagó nuestra deuda ante Dios, y al resucitar comprueba y nos asegura que su obra ha sido aceptada y recibida por Dios.

3. Rendición. Alguien que acepta y realiza las dos cosas primeras no tendrá problema en ofrecerse por medio de la oración en obediencia total y permanente a Jesús, iniciando una relación de vida con el que ahora es su Salvador y su Señor. Es sólo dentro de esta relación que alguien puede decir que conoce a Jesús.
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Gerardo A. Alfaro es profesor de teología sistemática y director de la división de estudios teológicos del Southwestern Baptist Theological Seminary en Fort Worth, Texas.

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