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EDITORIAL: ¿Estarías dispuesto a detenerte por un momento?


NOTA DEL EDITOR: La columna First-Person (De primera mano) es parte de la edición de hoy de BP en español. Para ver historias adicionales, vaya a
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NASHVILLE (BP) — En las últimas semanas, casi todas las noticias que hemos estado escuchando son malas. Es como si se hubiera desatado una plaga. Más de un millón de refugiados de Siria han inundado a otros países que enfrentan dificultades económicas. Más de un millón de muertos en Siria en casi un año de guerra civil. Más de 400 niños muertos en un ataque con armas químicas en Siria. En Colorado se han registrado lluvias que los expertos llaman bíblicas, en clara referencia al diluvio, dejando a miles de personas en una situación no esperada ni para la cual se hubieran preparado. Este mismo lunes, en una instalación militar a corta distancia de la Casa Blanca en Washington, una persona enferma mental logró penetrar en la instalación abriendo fuego con un arma matando a varias personas e hiriendo a otras.

El dolor y el sufrimiento se expanden como una nube que lo fuera cubriendo todo a nuestro alrededor. La gente empieza a mirar con recelo a su alrededor, temiendo que algo les pueda ocurrir en cualquier momento. Los sociólogos están tratando de buscar respuestas en el comportamiento social.

Revisando mi Biblia me detuve en una de las historias más conocidas del Nuevo Testamento. Es una historia llena de cosas imprevistas y de las cuales no nos gusta mucho que nos hablen. El héroe de la historia es un individuo poco deseable. Uno de esos a quienes los judíos ni siquiera les gustaba ver. Un “mestizo”, justo un odiado samaritano.

¿Cómo es posible que a Jesús se le haya ocurrido narrar una historia en la cual el héroe principal es precisamente un samaritano? Probablemente muchos de los judíos que escuchaban se hayan escandalizado. Tal vez hasta algunos de los discípulos pensaran que en esta ocasión, el Maestro había ido muy lejos. Jesús escogió mostrar a este odiado personaje extendiendo una mano de ayuda a un hombre herido.

Pero como si eso no fuera ya suficiente escándalo, Jesús puso en la escena a un levita y a un sacerdote que eran dos “religiosos” de la época que vieron al judío herido tirado en una zanja, moribundo, sufriendo por las heridas y los golpes recibidos y siguieron de largo su camino sin detenerse. Es posible que hasta se hayan justificado con ellos mismos, porque estaban “muy ocupados” en sus trajines religiosos y no querían contaminarse tocando al hombre que estaba tirado a un lado del camino.

Esta historia tan conocida me ha hecho reflexionar mucho en estos días. Hace unos meses una persona en un grupo de estudio bíblico se refirió en términos muy fuertes a una persona que antes era miembro de nuestra iglesia y se fue a otro lugar. Esta persona me dijo: el hermano “fulano” no salía de nuestra casa. Semanalmente pasaba por allá, pero desde que se fue, nunca más ni siquiera nos ha llamado. Pensamos que nos visitaba para que viniéramos a la iglesia, parece que en realidad, nunca le importamos y todo no era más que pura hipocresía.

Es posible que los cristianos nos enredemos tanto en “nuestra religión” que no lleguemos a ver las buenas obras que Dios pone delante de nosotros para que las hagamos. A lo mejor dejamos de ir a visitar a un enfermo para asistir a una reunión, sin importancia. Tal vez, hacemos cosas porque se supone que las hagamos, pero sin tener una motivación santa para ello. Pudiera ser que algunos pensaran que tienen que cumplir haciendo cosas. Una especie de lista de tareas a realizar que incluye desde leer la Biblia hasta ir a la iglesia los domingos.

Jesús terminó la historia de manera que hoy no tengamos dudas con lo que quiso decir. Él nos manda a tratar a los demás con compasión, como hizo el samaritano. Lucas 10:37 dice: “Ve, y haz tú lo mismo”. Fíjese mi amigo que esto no es algo que Jesús le mandó a la gente de su tiempo. Esto es también para nosotros. Para mí y para usted. Se nos manda que actuemos de la manera en que lo hizo el samaritano. Se nos pide que vayamos una milla más de lo que se nos exija que andemos.

Este es un llamado de alerta para no dejar que los planes y las ocupaciones consuman de tal manera nuestro tiempo que nos olvidemos de ver el sufrimiento de las personas que nos rodean. Esto incluye nuestro trabajo en la iglesia. Toda persona a nuestro alrededor es nuestro prójimo. No son nuestros amigos o familiares. El samaritano no conocía al judío herido. Por el contrario, el herido lo consideraba su enemigo y lo odiaba.

Pienso que este es un buen momento para que meditemos en esta parábola del Señor. Solamente tenemos que mirar a nuestro alrededor para ver personas heridas, sangrantes, golpeadas. Hay tantas necesidades a nuestro alrededor que a veces no sabemos por dónde empezar. Hay muchos niños que mueren de hambre cada día. Cada vez hay más personas que pierden su hogar y su empleo. La guerra destruye a naciones enteras y deja muchos miles de huérfanos que solo tienen necesidad y hambre.

El panorama no puede ser más feo. Todo está cubierto por las matanzas. El sufrimiento llena el espacio como un vapor. Las nubes son negras y el sol se esconde abochornado de ver lo que son capaces de hacer los hombres. En medio de tanta confusión y dolor, el llamado de Jesús a Sus seguidores sigue siendo el mismo: “Ve, y haz tú lo mismo”. Como cristianos, no podemos hacer todo lo que sería necesario hacer. Pero podemos hacer algo. Con mucho dolor tengo que reconocer que frecuentemente veo que aunque tenemos muchas posibilidades, la mayor parte de las veces empleamos mucho tiempo pensando y planificando lo que otros debieran hacer en lugar de salir y hacer algo concreto.

No se trata de criticar a los demás. No es “hacer cosas porque tengo un cargo de liderazgo”. No es hacer para que los demás crean que somos buenos o para que se sientan comprometidos a venir a mi iglesia. ¡No! El mandato de Jesús es preciso y claro. Simplemente se trata de Ir. Ayudar. Alentar. Dar. Sanar. ¡Hacer algo!

Pero, ¿sabe una cosa? Esto es lo difícil. El samaritano de la historia de Jesús no solo hizo algo, también sintió algo. “Pero un samaritano, que iba de camino, vino cerca de él, y viéndole, fue movido a misericordia” (Lucas 10.33). Y eso es lo que nos debe mover, la misericordia, el amor de Dios, nuestro compromiso con Jesucristo. Detengámonos un momento y tendamos nuestras manos a los heridos que están en el borde de nuestro camino, convirtiéndonos en verdaderos embajadores del amor que el Padre siente por ellos.
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Dr. Óscar J. Fernández es miembro de Brentwood Baptist Church en Brentwood, Tenn., y es escritor, editor y consultor de publicaciones independiente.

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