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EDITORIAL: Las virtudes fundamentales de la escritura


FORT WORTH, Texas (BP) –- Que las Escrituras son la palabra de Dios es una afirmación central de la fe cristiana. Con frecuencia, sin embargo, no meditamos seriamente en lo que eso significa, y menospreciamos su valor. Hace poco me encontraba en un retiro espiritual de una iglesia al que había sido invitado como conferencista. Entre otras cosas, me llamó la atención que mis hermanos cantaban con verdadero sentimiento uno de los cantos evangélicos más populares. Hablaba sobre qué pasaría si Dios de verdad nos hablara, y de cómo todo nuestro ser respondería abrumado en adoración. Tenían razón. Creo que esa debería ser nuestra actitud hacia la voz de Dios. Lo que, sin embargo, algunas veces no percibimos es que Dios habla y ha hablado ya en la Escritura, y qué por lo mismo nuestra actitud hacia ella debería ser no sólo de reverencia, sino de ansiedad por buscarla, leerla, meditarla, y apropiarla.

LA BIBLIA TIENE SU ORIGEN EN DIOS

Buscamos la Escritura porque ella testifica ser palabra que se origina en Dios. El famoso pasaje de 2 Timoteo 3:16-17 describe a las Escrituras con una palabra que aparece sólo una vez en todo el canon sagrado. “Theopneustos” se traduce “inspirada por Dios” y habla de que ellas tienen su origen en el interior del ser supremo. Provienen desde dentro de él. Son exhaladas por Dios mismo. Ningún otro ser, persona o institución dentro de la creación de Dios comparte esta característica. Las Escrituras por ser palabra que viene de Dios tienen un lugar único y sin paralelo en la vida del creyente. Nadie más puede ocupar este lugar. Este lugar es supremo. Los Reformadores entendieron esto y por eso hablaron de la Escritura como la única que sola tiene este lugar. Cuando se entiende así, también se acepta que ella es la que enseña, corrige, alumbra, instruye y guía infaliblemente a todos los que quieren ser instruidos por Dios.

LA BIBLIA NOS HACE RENACER

Nicodemo tenía razón cuando le dijo a Jesús que él sólo no podía volver a nacer. Nacer de arriba y del Espíritu es un producto de la palabra de Dios. Sólo las Escrituras tienen la capacidad de transformarnos “en otros.” El apóstol Pedro lo dice sin ningún tipo de misterio: “siendo renacidos… por la palabra de Dios…” (1 Pd. 1:23). Lo que por supuesto sigue siendo misterio es cómo lo hace. Pero, aunque no podamos explicarlo, lo cierto es que la Biblia nos dice que algo sumamente radical ocurre en aquel que oye, acepta y obedece esa palabra. Pedro insiste en que la diferencia fundamental entre esta “semilla” de Dios y el ser humano es que aquella no muere sino que permanece para siempre (1:24). Es sólo natural afirmar que aquellos que son nacidos de ella gozan de vida eterna, vida, que aunque parezca redundante, no se acaba, no muere, no se pierde. Pedro termina su sección recalcando que esa palabra que nos hace renacer no es otra sino la que fue comunicada por los apóstoles de Jesús, y que, por supuesto, tenemos en la Escritura (1:25).

LA BIBLIA NOS POTENCIA

Pedro no termina allí pues al comenzar la siguiente sección nos amonesta a desear como bebes la leche espiritual “para que por ella crezcáis” (1 Pd. 2:1-3). Es obvia la conexión entre el recién nacido (renacido) y la leche no adulterada que nos hace crecer. Otra vez, la única leche no adulterada se encuentra en la Escritura que es la cristalización del mensaje revelado a los apóstoles del Nuevo Testamento.

Pero, además, la Escritura nos enseña que ella ha sido dejada para que crezcamos, y crezcamos bien. Pablo al escribirles la primera carta a los creyentes de Tesalónica, y después de haberlos elogiado por ser ejemplo de vida y entrega al Señor, identifica al agente que los había convertido en eso. El apóstol les había rogado que se comportasen como era “digno de Dios, que nos llamó a su reino y gloria” (2:12). Y ahora da gracias a Dios pues lo habían hecho. Lo hicieron, nos dice, pues recibieron la palabra de Dios como lo que es “en verdad, la palabra de Dios, la cual actúa poderosamente en vosotros los creyentes” (2:13). Fue el apropiar íntegramente la predicación apostólica lo que convirtió a aquellos creyentes en lo que eran. La palabra usada para “actuar” en este verso es la misma que nos sirve para hablar de “energía.” Dentro de las más importantes virtudes de la Escritura está el energizarnos y potenciarnos a vivir dignamente para Dios. La persona que constantemente se confronta con el contenido del sagrado libro puede experimentar este proceso de santificación. Esto nos recuerda las palabras de nuestro Señor Jesús en su oración de Juan 17 cuando intercediendo por sus discípulos le pide al Padre que los santifique en tu verdad, “tu palabra es verdad” (Juan 17:17).

LA BIBLIA NOS ANALIZA

Cura para nuestra desobediencia y para el enloquecido ritmo de una vida que termina destrozándonos es la Escritura. Ella ha sido dada para nuestro reposo y para que aprendamos obediencia. Cuando nos sentamos a leerla, no sólo nosotros leemos. Ella también nos lee. Nos analiza. Hurga en nosotros. Nada está escondido de su vista. Dios mismo la ocupa para despertar en nosotros aquellas áreas que aunque dormidas a nuestra conciencia, se agazapan para hacernos daño. El escritor de Hebreos dice que la Escritura es capaz de hacer cirugía en el creyente. Su instrumento es la espada de dos filos que “parte” el alma y el espíritu, los tuétanos y coyunturas (4:11-12). “Discierne,” descifra, desentraña, y percibe aún lo que está en los pensamientos y la intenciones de la piedra del corazón humano. Expone todo a la luz, desnudándolo, de modo que no podemos escondernos más. Y así, habiendo identificado el mal, pecado o problema, nos empuja hacia el arrepentimiento y a buscar el perdón de Dios que finalmente nos da la paz que nos sana.

Poderoso elixir es éste que necesitamos diariamente para curar nuestras cuitas. Como Jacobo nos recordará, debemos constantemente exponernos a ella para que no se nos olvide cuánto la necesitamos (Stgo 1:23). No cabe duda que a la exhortación y convicción de que necesitamos la Sola Scriptura, debe añadírsele otra: también necesitamos “¡Diaria Escritura! (Salmo 119:97).

Gerardo A. Alfaro
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Gerardo A. Alfaro es profesor de teología sistemática y director de la división de estudios teológicos del Southwestern Baptist Theological Seminary en Fort Worth, Texas.

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