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EDITORIAL: Las apariencias engañan


NASHVILLE (BP) — Una mujer que esperaba tomar un avión en el aeropuerto compró un paquete de papas fritas y se sentó a leer el una revista. Poco rato después oyó el ruido de un envoltorio. Al espiar, por detrás de la revista, se quedó atónita al ver a un hombre bien vestido, sentado cerca, que se tomaba una de sus papitas. Pero no quiso armar un problema, así que simplemente se inclinó y tomó una papita para sí.

Pasó un minuto o dos, y de nuevo oyó el mismo sonido. ¡El hombre se estaba sirviendo otra papita! Para este entonces, ya había llegado al final del paquete. La mujer estaba tan furiosa que no podía articular alguna palabra. Entonces, como si todo fuera poco, el desconocido sujeto, para agregarle humillación a su osadía, partió la última papita por la mitad, empujó una mitad para el lado donde estaba ella, y se comió la otra mitad, se levantó y se fue. ¡Nunca había visto tanto descaro en mi vida! Dijo finalmente roja por la ira, cuando ya el hombre se había alejado lo suficiente como para no poder oírla.

Un rato después, cuando anunciaron su vuelo, la mujer estaba aún muy furiosa, al abrir su bolso para sacar el boleto del avión, ¡encontró su paquete de galletas… sin abrir! ¡Ella era la que había estado comiendo las papitas del desconocido!

Alguien dijo: “Pasaré por esta tierra una sola vez. Si puedo hacer alguna buena obra, algún acto de bondad hacia otra criatura, no la postergaré ni la pasaré por alto, porque no volveré a pasar por aquí.”

Expresar bondad no es una incomodidad que deba evitarse, sino una característica que debemos adoptar. Algunas veces es tan simple como dar una sonrisa amable, un cálido apretón de manos o enviar una nota de agradecimiento, ayudar a un vecino con alguna tarea de la casa o acompañar a un amigo angustiado, invitar a alguien a tomar un café o aceptar la invitación de alguien que los demás rechazan, y en ocasiones, tal vez también sí, compartir un paquete de papitas fritas con una desconocida que alarga la mano distraídamente, mientras pretende estar leyendo una revista. Alguien dijo una vez: “Lo más grande que alguien puede hacer por su Padre celestial es ser bondadoso con los otros hijos de Él.”

Uno de los actos de bondad más bellos que se registran fue el que el rey David tuvo para con un hombre despreciado, llamado Meri-boset. Durante años, el lunático y medio loco de Saúl había perseguido a David obsesivamente como a una presa. Ahora que Saúl estaba muerto, coronaron a David rey de Israel. En esa época era una práctica común que el nuevo rey exterminara a todos los miembros de una dinastía anterior para evitar que algún descendiente reclamara el trono. Mientras quedara una chispa de vida de esa familia, el nuevo rey estaba amenazado. Pero la reacción de David fue totalmente opuesta; él preguntó: “¿Ha quedado alguno de la casa de Saúl, a quien haga yo misericordia por amor de Jonatán?” (2 Samuel 9.1). Al utilizar la palabra hebrea que se traduce como ‘misericordia’, David estaba expresando un amor inmerecido, que no se puede ganar ni devolver. Ese es el amor del que habla la Biblia y es el amor del cual Jesús dijo que debíamos dar a nuestros enemigos… Pagar mal por mal es fácil. Amar de esta manera a quienes nos odian… Esa es una tarea divina que solo el Espíritu Santo nos puede ayudar a poner en práctica.
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Óscar J. Fernández es Senior Editorial Project Leader para Multi-language Publishing, en LifeWay Church Resources Division, LifeWay Christian Resources en Nashville, TN, es además escritor independiente y estudioso de la Biblia. Su blog http://estudiandolabibliaconoscar.blogspot.com tiene seguidores en 45 países.

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  • Por Oscar J. Fernandez