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EDITORIAL: Centavos caídos del Cielo


NASHVILLE, Tenn. (BP)–“Quédeselos. No valen mucho.”

Este es un intercambio común que veo cuando voy a la gasolinera a comprar una soda, o cuando estoy esperando en la fila para pagar mi cuenta en el restaurante. Simplemente, la gente ya no valora las monedas de un centavo. Algunos las regalan, unos pocos las tiran a la basura en lugar de cargar monedas en un bolsillo o cartera.

Incluso ha habido un movimiento en años recientes para deshacerse de una vez por todas de las monedas de un centavo. En 2002 y de nuevo en 2006, se presentó una propuesta de ley en el Congreso para detener la producción de las monedas de un centavo, la cual se considera, por lo menos por quien presentó el propuesta, como sin valor práctico y que le cuesta al gobierno miles de millones acuñarla. La iniciativa pudiera forzar a que haya un redondeo de los precios hasta el próximo valor de cinco centavos, y me puedo imaginar que si tal legislatura algún día se aprobara, comenzaría una escalada a redondear los precios hasta el múltiplo de 10 más cercano y así sucesivamente. Esto eliminaría a cada moneda sucesiva por ser obsoleta e inútil.

Pero en toda la discusión, se ha perdido la noción del verdadero valor de la moneda de un centavo. Verá, no se trata sólo de una moneda, sino que representa una centésima unidad de la medida que es el valor fundamental sobre el cual se basa nuestra economía.

Aún así, las monedas de un centavo se echan a un lado como si no valieran nada.

Más a menudo, los niños nonatos e incapacitados también se están tratando como cosas que desechar.

No sería muy difícil establecer paralelos entre la disminución en la sociedad de la apreciación por el valor de la moneda de un centavo –la menor de las varias denominaciones en que se presentan las monedas y billetes de los EE UU- y la baja de la valoración de la vida humana en la cultura, especialmente la de los más débiles de entre nosotros. La libertad norteamericana se definía en términos de “vida, libertad y búsqueda de la felicidad,” pero ahora más a menudo se habla de ello en términos de derecho a morir y derecho al aborto.

En 1997, Oregon promulgó al suicido asistido por un médico y este año Vermont derrotó apretadamente una propuesta de ley similar. Asimismo, aunque la información reciente indica que Estados Unidos está experimentando un declive en la tasa de abortos, la matanza de nonatos continua como una plaga que afecta a los EE UU—cada día se matan a un promedio de 3,526 niños en el vientre. Además, mientras que la causa del aparente declive es debatible, no se puede negar que a pesar de la baja en el número total de abortos, queda en el país una tendencia particularmente problemática y creciente por devaluar o por lo menos valorar “selectivamente” al nonato:

— Tres estados reconocen las demandas judiciales por “nacimientos con discapacidad” “a nombre de” un niño que nació con defectos, ya que, entre otras razones, un doctor no proporcionó a la madre la información adecuada que se hubiera utilizado para tomar una decisión para abortar.

— Un profesor de una universidad Ivy League ha sido elogiado por su trabajo para otorgar a los simios los mismos derechos que tienen los humanos, aunque esas mismas voces en la academia y los medios de comunicación permanecen muy calladas cuando él afirma que mataría a un bebé discapacitado “si fuera lo mejor para el bebé y para la familia como unidad.”

— Incluso los bebés nonatos con síndrome Down están siendo abortados hasta alcanzar una sorprendente tasa del 90 por ciento…por la única razón de que no son lo que esperaban los padres en cuanto a su aspecto y manera de actuar.

A pesar de toda la retórica de los partidarios del derecho al aborto acerca de hacer que el aborto sea “menos necesario,” la dura verdad es que la mitad de los abortos en los Estados Unidos son el segundo, tercero o cuarto para una mujer. De hecho, tres cuartos de las madres que eligen matar a su bebé nonato dicen que lo hacen porque no tienen los medios para criar otro hijo, o que el bebé interfiere con su trabajo, escuela o el cuidado de otros dependientes.

A final de cuentas, simplemente nuestra sociedad no valora la vida humana, sino que atesora ideales arbitrarios de características físicas y de otros rasgos que definen la vida en términos de una medida subjetiva de la “calidad.”

Desafortunadamente, esta es una de las formas en que nuestra sociedad difiere en cómo vemos a las monedas de un centavo en comparación con nuestras perspectivas acerca del bebé nonato y del severamente discapacitado: una moneda acuñada con un defecto o marca única se convierte en algo atesorado, un objeto de colección que aumenta en valor. Un niño nonato con una anormalidad está en peligro de ser destruido, y un indefenso norteamericano dependiente de los caprichos de la familia o de la sociedad para que l eprotejan está en peligro de ser matado “con dignidad.”

Aún más importante, “el menor de éstos” representa algo fundamental acerca del valor de la vida. Y lo que se ha perdido en EE UU no es un ideal en perspectiva, sino la creencia en el imperativo espiritual de velar por ellos.

Dios hizo al hombre a su imagen, y ninguna otra cosa en la creación le refleja, no físicamente sino en Su semejanza en la habilidad intelectual y para razonar. Aún más importante, el hombre — cada ser humano — tiene una capacidad espiritual de relacionarse con Dios. Por consiguiente, el ver a cualquier humano, la corona de Su creación, como algo menor que un ser espiritual, niega la medida del valor verdadero de cada hombre. Aún más allá, refleja una pérdida de la reverencia hacia Él. La suma del hombre no es el total de sus experiencias físicas, sino que su valor fue determinado por Dios, desde el inicio, como algo que Él atesora, a tal grado que envió a Su Hijo a morir por todos los hombres con todos nuestros defectos, con todas nuestras corrupciones espirituales.

En última instancia, Dios desea que le atesoremos como algo más precioso que la plata y más costoso que el oro. Sin embargo, también desea que reconozcamos el valor de cada humano como un regalo suyo –Sus centavos caídos del Cielo establecen un valor fundamental para toda la vida, un valor que refleja el amor de Dios y nuestra respuesta refleja nuestro amor por Él.
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“Centavos caídos del Cielo” (“Pennies from Heaven”) ha sido adaptado a partir de un manuscrito que se convertirá en un libro que llevará el mismo título. Will Hall es el editor ejecutivo de Baptist Press.

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  • Por Will Hall