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EDITORIAL: La otra cara de la moneda


NASHVILLE, Tenn. (BP)–“Es muy difícil ponerse los zapatos de otra persona.” Esto se ha convertido en una frase popular que encierra una gran verdad. El problema es que en realidad resulta sumamente difícil poder comprender a plenitud lo que siente otra persona.

El problema migratorio en esta nación ha llegado a un punto en el cual el mismo se ha ido de control. Cuando ocurren fenómenos de este tipo, por lo general, los políticos ven la posibilidad de usar el asunto como una bandera que les reporte beneficios lanzándose a una verdadera batalla, que en última instancia, no busca solucionar el problema.

El asunto migratorio es muy complejo y amplio, ya que todo aquel que haya nacido fuera de los Estados Unidos de América es un inmigrante. No importa la edad con la que llegó, bien haya sido de un día de nacido o de setenta años de edad. Legalmente es un extranjero. Luego tenemos las “clasificaciones:” Legales o ilegales, naturalizados o no naturalizados, residentes permanentes o residentes temporales, residentes con visa de estudio o de trabajo, turistas… y la lista de las clasificaciones sigue.

En el libro de Números 15:26 Dios estableció normas para que el pueblo de Israel tratase con igualdad a los extranjeros que vivían entre ellos. Sin embargo, todo parece indicar que los extranjeros no siempre fueron tratados como Dios esperaba que lo fueran, a pesar de que el mismo pueblo de Israel vivió por muchos años como extranjero. En Malaquías 3:5 Dios le hace una advertencia al pueblo de Israel: “Y vendré a vosotros para juicio; y seré pronto testigo contra los hechiceros y adúlteros, […] y los que hacen injusticia al extranjero…”

Una de las cosas que causan más dolor, es ver que muchas veces el tratamiento injusto y discriminatorio no lo infligen los nacidos aquí, sino otros que también son extranjeros, solo que llegaron antes. No es un asunto de estatus “legal,” sino un asunto de justicia, de moral y de compasión cristiana.

Pienso que todos aquellos los que nacimos en otro país y aquellos que nacieron aquí pero descienden de padres o abuelos hispanos debemos situarnos en “la otra cara de la moneda,” para ver si así podemos tratar de entender cabalmente la compleja y difícil situación que enfrentan los inmigrantes hispanos, cualquiera que sea su estatus, ya que en definitiva son nuestros hermanos de raza.

Para mí fue una sorpresa descubrir que Dios me había traído del país donde nací para que pudiera ministrar a los inmigrantes hispanos que viven en esta gran nación. A pesar de haber venido con otro propósito, eso es lo único que he hecho desde que llegué. Por ser yo mismo un inmigrante, me ha resultado más fácil identificarme con los problemas, las necesidades y los retos que enfrentan millones de hispanos en este país. He podido llorar y reír con ellos sin tener que esforzarme. Mi corazón está lleno de amor y compasión y guardo muchos recuerdos gratos e imborrables.

En Isaías 56:6-7 aparecen unas palabras que me han ayudado a comprender cómo ve Dios a los extranjeros en relación con su pueblo: “Y a los hijos de los extranjeros que sigan a Jehová para servirle, y que amen el nombre de Jehová para ser sus siervos […] porque mi casa será llamada casa de oración para todos los pueblos.” Y si nosotros somos el pueblo de Dios, debemos esforzarnos por ver a los demás como Dios los ve, y no como la gente que no ama a Dios tal vez quiera que los veamos.

Yo soy el producto del trabajo de los misioneros de la Junta de Misiones Internacionales de la Convención Bautista del Sur que fueron a plantar la semilla del evangelio en el país donde nací. Nuestra denominación siempre se ha caracterizado por el énfasis que dedica al trabajo misionero. Por esta razón me he preguntado muchas veces si no será que Dios decidió traernos el “campo misionero” a la puerta de nuestra casa. Ya no tenemos que salir del país para ministrar a los hispanos, solo tenemos que salir de nuestra casa.

Los cristianos hispanos tenemos la ventaja de conocer el idioma, las costumbres y la cultura, y tenemos más posibilidades de ser aceptados y recibidos sin temores ni reservas. Pienso que en esta hora nuestra responsabilidad mayor es ir y hablar del amor de Dios, mostrar con nuestra vida lo que Cristo puede hacer con todo aquel que se acerca a Él y le invita a ser su Señor y Salvador. Estamos en la obligación de hablarles de lo que solo Dios puede darles: la paz, la seguridad y la esperanza de una nueva vida en Cristo, aquí y por la eternidad.

Cuando las personas me preguntan: ¿De qué lado estás con el problema migratorio? Mi respuesta siempre es la misma: estoy del lado de la otra cara de la moneda. ¡Estoy del lado de Cristo!
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Oscar J. Fernandez es el editor jefe de LifeWay Español y de los recursos en otros idiomas de LifeWay Church Resources en Nashville, Tenn.

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  • Por Oscar J. Fernandez